Mi mamá cree que los videojuegos son malos, siempre me dijo que no los jugara por tanto tiempo, me advertía que dañarían mi mente, mi vista, y en general, mi persona. Hoy casi no juego videojuegos, no por algún trauma que mi madre me haya dejado con sus advertencias, simplemente prefiero entretenerme con otras actividades.
Eso sí, estoy consciente de lo importante que se han vuelto, a tal punto que ser gamer es un estilo de vida. Según Newzoo, la fuente más citada de analítica e investigación del mercado de videojuegos y esports, 2022 será el año donde, por primera vez, la industria de los videojuegos generará un ingreso mayor a 200 mil millones de dólares; además, se espera que para el final del año también se rompa el récord de jugadores de videojuegos en el mundo, con más de 3 mil millones.
Estos datos nos demuestran que muchas partes de la vida humana están caminando hacia entornos digitales y los videojuegos son un ejemplo perfecto para sustentar que aspectos como el entretenimiento, el trabajo e incluso los deportes, se han encaminado hacia allá.
Esta es una evolución que si a mí, un centennial nacido en 2002, me inquieta, no puedo imaginar cómo hace sentir a personas nacidas hace mucho más tiempo, como mi mamá. Afortunadamente, yo encontré paz y cierta emoción por este cambio en la transición de los deportes hacia el mundo digital.
Yo imaginaba que un jugador profesional de videojuegos era antisocial y se la pasaba 24 horas sentado en una silla, bebiendo refrescos y comiendo hamburguesas mientras jugaba. Mi perspectiva cambió cuando en mi universidad abrieron un equipo de esports y tuve la oportunidad de entrevistar a su coach, quien me probó que ese estereotipo es lo contrario a lo que aspiran.
“No puedes jugar al tope de tu juego si tu físico no lo está. La idea de que un gamer tiene que ser obeso y sin amigos es falsa”, me respondió el coach a una pregunta sobre los estereotipos de un gamer. Pude comprobar lo que me dijo cuando encontré un artículo sobre cómo Red Bull, la marca de bebidas energéticas también conocida por patrocinar atletas, entrena a sus gamers profesionales.
En un artículo de Versus, medio británico de estilo de vida deportivo, se describe el entrenamiento del jugador profesional de FIFA para el Manchester City, Ryan Pessoa, quien fue el primero en entrenar en el Centro de Rendimiento de Atletas de Red Bull en Salzburgo, Austria.
Ahí, Pessoa tiene acceso a los mismos recursos que cualquier otro atleta afiliado a Red Bull: instalaciones, preparadores físicos, nutriólogos, psicólogos, entre otros. Básicamente, este gamer es un atleta más intentando llegar a su nivel más alto de juego.
Esto me hace pensar que los videojuegos ya no sirven solamente para pasar el rato. Mencioné que encontré paz y emoción en los esports porque creo que son una nueva oportunidad para aquellas personas que no encontraban su pasión en ninguna otra actividad.
Imaginemos a una niña que no sobresale académicamente, el arte no le genera un interés real y tampoco le va bien en clase de educación física, pero cuando sus amigas van a su casa, nadie le gana jugando videojuegos, porque es lo que más le gusta hacer y lo practica a diario.
Si yo fuera el padre de esa niña, preferiría mil veces que ella luchara por tener una carrera como la de Ryan Pessoa, en lugar de incitarla a abandonar los videojuegos como consecuencia de los estereotipos de gamers que aún el día de hoy nos invaden.
Aunque me enfoqué en los esports, estoy seguro que los demás propósitos de los videojuegos -como el entretenimiento, el trabajo o la educación– ayudarán a muchas personas que, hasta hoy, ningún otro oficio o profesión los ayudó a encontrar lo que realmente les apasiona.