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Año tras año, cada tercer domingo de junio, celebramos el Día del Padre para conmemorar a esa figura con la que siempre solemos contar, a pesar de que no siempre se encuentre presente de manera física.
Yo he ido entendiendo que este día va más allá de una festividad o un día conmemorativo. Celebrar el Día del Padre representa un agradecimiento continuo a aquella persona que, con amor, comprensión y tiempo, se ha ganado el nombramiento de “padre”.
La experiencia de todos en este día es diversa. Algunos recuerdan al papá que ya no está, otros festejan en familia y algunos otros, al igual que yo, lo celebramos a la distancia.
La figura paterna como una motivación para superar todo aquello que te detiene para alcanzar tus metas y sueños es sin duda una de las tantas enseñanzas que un padre te puede regalar para toda la vida.
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Papá, a pesar de no estar, siempre estás y has enfrentado luchas que te han desgastado física y mentalmente, que te han provocado heridas que has sanado en silencio porque así lo dicta la costumbre y la sociedad. Te enfrentaste a soles agotadores, a fríos que congelan hasta los dientes, a carreras sin final e, incluso, al más temido de los miedos: la soledad.
De todas tus batallas, a mi parecer la soledad ha sido la más dura y duradera, pero también la más preciada. No sé cuánto te ha dado ella, pero a mi modo de ver te ha fortalecido y te ha quebrado tanto que ha convertido tu corazón en un albergue de palabras sabias.
Los días del padre siempre han sido diferentes para mí, y es que, a pesar de no estar cerca de mí, nunca he sentido esa ausencia, porque siempre has estado presente de muchas maneras: cuidando y guiando cada paso que doy. Nunca ha sido necesario un festejo ni regalos, porque me basta saber que estás bien, pues siempre he pedido por tu salud y fortaleza.
He escuchado historias cercanas de padres ausentes a pesar de estar presentes, por eso me llena de felicidad tenerte como papá, porque siempre has sido un ejemplo para mí. Tu grandeza no viene de tu estatura o edad, proviene de tu corazón.
Y es que al hablar de ti mi corazón se llena de orgullo y paz, porque nunca cortaste mis alas. Me has dejado volar, me has levantado de los golpes que he recibido y me has alentado con tus palabras.
No he recibido un abrazo tuyo desde hace tiempo y aun cuando estuvieras, quizá no lo recibiría, pero no es tu culpa, tu padre nunca te dio uno. Sin embargo, sé que haces tu mejor esfuerzo y que tus palabras y atención son el mejor abrazo al corazón.
Papá, tu ejemplo y perseverancia han traspasado fronteras y te agradezco mucho por siempre hablar conmigo, por estar, aunque no estés, porque te has convertido en mi motor para florecer y alcanzar mis sueños.
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