Desde sus comienzos, el cine ha fungido como un poderoso catalizador de emociones con el cual es posible trascender las barreras del presente para conectarse plenamente con la historia proyectada en pantalla. El cine contemporáneo mexicano ha sabido utilizar esta herramienta no solo para conmover a la audiencia, sino para evocar la reflexión sobre las condiciones de adversidad que viven los jóvenes del país.
De acuerdo con el Inegi, en 2020 se reportó la existencia de 37.8 millones de personas jóvenes en México, cifra que representa el 30% de la población total de México, de la cual 46.1% permaneció en condición de pobreza (Coneval, 2021).
Dicha problemática se tornó aún más oscura en los siguientes años, con el registro de mil 116 asesinatos dolosos a niñas, niños y adolescentes en los primeros 11 meses de 2022, según informes de la Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim). Datos brutales que recalcan con gran severidad los obstáculos a los que se enfrenta el futuro de nuestro país y que no han pasado desapercibidos a los ojos de los cineastas mexicanos.
Películas como Chicuarotes (2019), Ya no estoy aquí (2019) o Noche de fuego (2021) muestran a protagonistas jóvenes en una lucha constante por sobrevivir a su contexto de vulnerabilidad y al que, en muchas ocasiones, se ven obligados a ser parte para librarse de la violencia que los acecha. Desde asaltar micros con el propósito de conseguir dinero para comer, huir ilegalmente del país para evitar ser asesinado, hasta cosechar campos de amapolas controlados por el narco, estas historias remiten a la desesperanza de los jóvenes mexicanos ante la búsqueda de una mejor vida.
La cámara nos guía a través del sufrimiento cotidiano de una población que tiene mucho que ofrecer a esta nación. Una nación cuyas desalentadoras cifras se convierten en poderosas imágenes difíciles de olvidar.
A pesar de vivir en constante adversidad, los personajes de este cine contemporáneo mexicano logran resaltar el carácter perseverante que habita en los jóvenes representados. Se trata de personajes que poseen un gran deseo por ser más que su contexto, alimentado por una fuerza que pareciera radicar en un poderoso sentimiento de “ya es suficiente”. Vemos en pantalla una protesta silenciosa en la que cada acción de los protagonistas gira en torno al cansancio de ser vencidos por la adversidad, generando una atmósfera cuasi estresante de sobrellevar, donde no hay lugar para los finales de cuentos de hadas. Lentamente, la audiencia adquiere un asiento en primera fila para observar la autodestrucción de jóvenes con gran espíritu, cuya perseverancia es aplastada por las problemáticas sociales que atraviesa hoy en día nuestro país.
Entonces nos preguntamos: ‘¿Está el cine mexicano contemporáneo difundiendo una cultura de violencia en México?’. La respuesta es no. Tal como menciona la cineasta mexicana-boliviana, Natalia López Gallardo, ganadora del Oso de Plata de la Berlinale 2022 con su película Manto de gemas (2022), “la violencia es un problema tan profundo y con un efecto tan grande, que tenemos que hablar de ello”. Por ello la importancia de evidenciar ante el público nacional e internacional los horrores que atraviesan los jóvenes de este país, utilizar la catarsis del séptimo arte para causar un verdadero impacto que lleve a la concientización plena sobre las necesidades que presenta la sociedad para salir adelante.
El cine nos está presentando la oportunidad de salir de nuestra zona de confort para abrir los ojos ante una realidad hambrienta de justicia y en espera de profundo un cambio social.
Es ahí donde radica el poder de las imágenes del cine mexicano contemporáneo, las cuales utilizan la poética como crítica social para influir en el pensamiento colectivo hacia la introspección de un sector crucial de la población mexicana. Películas que, lejos de entretener, buscan agregar valor a su audiencia en un intento de restablecer el tejido social.
En palabras de Guillermo del Toro, “el cine mexicano es un cine necesario y potente”.