Como seres humanos somos libres de expresar todo lo que queramos: yo, en estos momentos, estoy siendo libre de expresar mi opinión en este artículo, pero ¿hasta dónde llega esa libertad? ¿puedo expresar lo que quiera? ¿ser libre tiene límites?
La libertad es un concepto muy amplio y tiene raíz en nuestra mente, la cual tiene la capacidad de pensar lo que queramos. Gracias a eso, como humanos hemos descubierto la cura de enfermedades, hemos llegado al espacio, o tú pudiste sacar un 100 en tu examen de matemáticas porque por fin resolviste ese problema que tantas vueltas te daba en la cabeza. Es increíble cómo gracias a que nuestra mente no tiene límites hemos logrado cosas extraordinarias.
Para poder expresar primero hay que pensar, y es ahí donde debemos tener mucho cuidado. Lo veo de la siguiente manera: nuestra mente es como el agua que no se puede beber. Para poder beberla tiene que pasar por un filtro que mantenga a nuestro cuerpo sano aportando los nutrientes necesarios. Lo mismo sucede a la hora de transformar nuestros pensamientos en palabras.
Nuestra mente puede en algún momento alojar pensamientos que molesten o incomoden a otros, y que, gracias a que somos seres humanos dotados de razón, educación y valores, aunado a la capacidad de empatía que complementa el raciocinio, podemos ser capaces de transformarlos. Aún así, el expresar es algo muy normal en nuestra vida cotidiana y ya ni siquiera lo cuestionamos, pero debería ocurrir lo contrario, ya que el poder de la palabra es una responsabilidad enorme.
Piensa en tu ídolo, aquella persona que cada vez que escuchas su discurso o experiencia de vida te inspira a ser cada vez mejor. Ahora piensa en la última persona que te dijo un comentario del cual no te sentiste nada cómodo, ¿entiendes a lo que me refiero? El habla es un arma muy poderosa que puede beneficiar o perjudicar a las personas.
Tristemente siento que hoy en día se nos hace cada vez más fácil expresarnos sin pensar en las consecuencias de nuestras palabras. Pero ero el problema es cuando utilizamos ese discurso como una excusa para perjudicar a terceros y déjenme decirles que no se trata de eso. La libertad de expresión, al ser un derecho, tiene sus límites, por eso hemos escuchado tantas veces la famosa frase “tu libertad termina donde empieza la mía”.
Mi libertad de expresión termina, no en el momento, sino antes de que mi palabra perjudique a alguien más. A lo mejor aquí entramos en conflicto porque podemos pensar “es que se lo merece”, “como pide respeto si ni siquiera respeta”, “me ofendió entonces yo se la devuelvo”. Entiendo que sea difícil, pero el que alguien más se comporte de una manera en particular no significa que debas seguir su ejemplo.
Las redes sociales son un claro ejemplo de libertad de expresión. Podemos subir las fotos que queramos, historias a Instagram de nuestro día a día, o estar en contacto con personas de manera muy rápida. Pero a la vez, el que tengamos acceso tan fácil nos hace sentir que podemos opinar sobre cualquier cosa. Se nos olvida que detrás de esa pantalla existe un ser humano, una persona que siente y merece ser tratado con respeto.
Te invito a que pongamos en práctica ese filtro de pensamiento, así como el filtro del agua. Si lo que vas a opinar aporta a los demás, adelante, pero si son comentarios malos, así como el agua que no se puede beber ¿para qué lo repartes si va a dañar a alguien? Nadie bebe agua que daña a nuestro cuerpo, entonces por qué deberíamos de dañar a una persona a través de nuestra “libre” expresión.
Alcanzar el bien común es el objetivo que tenemos como sociedad y qué loco pensar que hacer el bien nos implique mucho trabajo. No cuesta nada pensar las cosas antes de hablar: ¿mi comentario es importante que la gente lo sepa? ¿quién soy yo para decir eso? ¿me gustaría recibir el mismo trato? El resultado tendrá que ver con la capacidad que tenemos cada persona de usar ese filtro de pensamiento, con el uso de razón y la empatía por lo cual nos hacemos llamar seres humanos.