Una formación sana de especialistas en salud
A medida que avanza el siglo la salud mental va cobrando preponderancia entre los grandes temas y retos de la salud pública en el país y en el mundo
Foto: PexelsA medida que avanza el siglo la salud mental va cobrando preponderancia entre los grandes temas y retos de la salud pública en el país y en el mundo. Entre el prejuicio, la estigmatización y la ignorancia, el diagnóstico y el reconocimiento de los padecimientos mentales siguen siendo tabú y un campo fértil para que se agraven problemas que pudieran ser prevenidos y tratados.
Si bien existen factores hereditarios que pueden predisponernos al desarrollo de estos padecimientos, cada vez es más evidente que, en gran medida, son los factores medioambientales y psicosociales los principales detonadores de trastornos mentales y que, independientemente de la persona, bajo situaciones de alto estrés, todos somos candidatos al desarrollo de patologías y comportamientos autodestructivos.
La mayoría de los trastornos mentales inician en edades tempranas, con un estimado del 75% de ellos a los 25 años. Estos incluyen problemas psicóticos, así como depresión y ansiedad.
La transición a la universidad coincide con un periodo crítico del desarrollo psicosocial de los seres humanos caracterizado por la creación de la identidad del individuo y la separación de la familia, el desarrollo de nuevas conexiones sociales y mayor autonomía y responsabilidad. La etapa del desarrollo en la que se encuentran los estudiantes universitarios, incluidos los factores psicosociales estresantes, el uso de alcohol o drogas y la alteración del sueño, favorecen al desarrollo de trastornos mentales.
En el contexto de la región de las Américas y del Mundo, los trastornos mentales constituyen un serio problema de salud pública con un alto costo social. En términos epidemiológicos, la salud mental participa a la carga global de las enfermedades alrededor de 12%, afecta hasta 28% de años vividos con discapacidad y constituye una de las tres principales causas de mortalidad entre las personas de 15 a 35 años debido al suicidio.
Personalmente la vida me ha dado la oportunidad de constatar el efecto estresante que una carrera en las disciplinas de la salud tiene en quienes deciden dedicar la vida a ellas, esto es un asunto que desde las instituciones de educación debemos abordar con particular atención y sensibilidad. Sin embargo, precisamente son estas profesiones en las cuales la cultura del gremio suele normalizar e incluso invisibilizar la gravedad del estrés mediante creencias y dichos que refuerzan la falsa apariencia de normalidad detrás de un cuerpo y una mente sometida a altas demandas de exigencia.
Es bien sabido que las carreras de medicina demandan un sacrificio de tiempo y esfuerzo de los y las estudiantes muy superior al de otras profesiones. Sin menoscabo de ningún otro campo de estudio, lo común para estas profesiones suele implicar al menos 9 a 11 años para una especialidad básica y de 12 a 16 años para una especialidad larga con subespecialidad, amén de la actualización continúa obligada para estos campos en constante evolución.
En carreras de Biociencias y afines nada por debajo de un postdoctorado (lo que suma licenciatura, maestría, doctorado y postdoctorado, un aproximado de 12 a 19 años de estudios) suele ser suficiente para asegurarse una posición significativa. Estas profesiones demandan no sólo excelentes habilidades de memorización y retención de información, sino también la capacidad de resistir largas jornadas de estudios, vivir con ingresos limitados por largos periodos, estar de manera constante puestos prueba y mantener disciplinadamente la atención en sus proyectos de investigación en entornos de alta competencia global.
Es importante comentar que los y las jóvenes que estudian carreras en las áreas de la salud están constantemente expuestos a la vivencia del sufrimiento humano en sus pacientes, lo que puede generar niveles de respuestas emocionales importantes como la ansiedad, el estrés, la tristeza, así como también, la fatiga por compasión, un interesante fenómeno que se da comúnmente en profesionales que brindan ayuda, como auxiliares de enfermería, médicos, enfermeros y psicólogos, y que pueden presentar síntomas psicológicos como miedo, culpa por no poder ayudar o salvar a los pacientes, ansiedad, estrés, desesperanza, desinterés, falta de atención y anhedonia, entre otros; también suelen ser comunes síntomas fisiológicos y somáticos como agotamiento, falta de energía, insomnio, dolor muscular, de espalda y de cabeza, problemas gastrointestinales, entre otros. A pesar de ello la vocación de las y los profesionales en ciencias de la salud suele ser lo suficientemente fuerte como para lidiar con estos riesgos, muchas veces se llega a menospreciar su gravedad.
Adicionalmente, el hecho de que estas disciplinas requieren de un trato directo con pacientes implica que, para tener un impacto positivo en ellos, los profesionales de la salud deben a su vez contar con un equilibrio saludable en su propia mente ya que ello les permitirá cuidar de manera más efectiva a quienes les confían su salud.
Una revisión sistemática centrada en estudiantes de medicina en instituciones educativas de todo el mundo informó una prevalencia resumida de depresión o síntomas depresivos del 27.2% y de ideación suicida del 11%. Sin embargo, menos del 20% de los estudiantes detectados con algún diagnóstico de salud mental, recibieron tratamiento mínimamente adecuado, ya que para la gran mayoría de las instituciones educativas privilegian la evaluación académica por encima de la salud mental.
Debido a todo ello y a los altos niveles de exigencia de nuestros programas académicos, en la Escuela de Medicina y Ciencias de la Salud del Tec de Monterrey hemos puesto en primer lugar procurar una experiencia educativa que favorezca la salud mental. Como institución educativa líder en salud, fomentamos el autocuidado de nuestros alumnos, esto no significa dejarlos que gestionen su salud de manera personal, sino el ofrecerles acompañamiento y herramientas de inteligencia emocional que les ayuden a gestionar las presiones y ansiedades acompañados por profesionales de la salud expertos en un ambiente de salud integral basado en el principio de florecimiento humano, donde la alta exigencia no sacrifica el gozo de una juventud vivida en alegría y donde el compañerismo, que es esencial en esta etapa de la vida, les garantice un desarrollo profesional pleno y una vida adulta exitosa.
Este es un momento en la historia de la formación profesional en salud en el que debemos considerar al estudiante como un ser humano integral que ha de desarrollarse para vivir en un mundo competitivo y exigente sin que ello ponga en riesgo su salud mental ni física. Es momento de dejar atrás en la formación en salud aquel dicho de que “en casa del herrero, azadón de palo”.
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