El cambio tecnológico en que se encuentra inmerso el mundo motiva y obliga a Universidad Insurgentes a reformular nuestro principal cometido.
Hemos adoptado una “nueva” misión: “Inspirar, empoderar y multiplicar el potencial transformador de nuestros alumnos y colaboradores, a través de una educación relevante, vanguardista y accesible para impactar en sus comunidades”.
Así hemos definido nuestra tarea, al menos para los próximos 5 años.
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Sin duda suena bonito, interesante, pero principalmente resulta retador. Nada de lo que está ahí puede dejarse a la ambigüedad y sin medición.
Ese es el fin que persigue el definir una misión: establecer un camino que nos permita confirmar si estamos avanzando, si estamos haciendo lo correcto y si es adecuado el resultado.
“Tenemos que tener mucho cuidado sobre qué decimos porque luego lo tenemos que cumplir”, advierte Miguel Romo Cedano, un viejo amigo y asesor de nuestra Universidad, precisamente en estos temas de propósitos organizacionales.
Creo que una institución educativa no puede aspirar a nada si no es capaz de inspirar a su población para que continúen sus estudios, creen a partir de sus nuevos conocimientos e intenten cambiar el futuro de sus familias y de su país.
Buscamos empoderar a nuestros alumnos, alumnas y docentes para que una vez que hayan hecho una reflexión sobre su propia condición personal, se lancen con seguridad a la acción, ya sea adquiriendo o enseñando nuevos aprendizajes y capacidades, o intentando transformar el mundo.
Nuestra matrícula es una población que está destinada a crecer, a lograr movilidad social y que busca el mayor impacto positivo para multiplicar la transformación de sus familias en relación con las generaciones que les preceden.
Por ello, creemos que debemos presentarles una educación relevante para sus necesidades e intereses vocacionales que responda a las circunstancias particulares en que se desarrolla nuestra comunidad.
La educación media superior y superior no puede ser de otra manera, debe ser vanguardista porque en un suspiro los nuevos conocimientos y particularmente las nuevas herramientas tecnológicas pasan de moda.
Nuestros alumnos, en especial sus padres que pagan su educación, hacen grandes esfuerzos para lograr este fin y a nosotros nos toca hacerles accesible estas posibilidades sin demeritar la calidad de la enseñanza que ofrecemos; al contrario, estamos dando mucho más que universidades más caras y el reto es continuar así.
No podemos abandonar en una pared, con letras de oro, este propósito.
El primer paso que ya hemos iniciado es lograr que nuestra comunidad conozca y se apropie de esta misión.
No se trata sólo de un trabajo de difusión, nos advierte Romo, sino también de formación, porque hay que entender, interiorizarla y comprometerse para hacerla una realidad cada día.
El segundo paso es trabajar con todos los involucrados e interesados. Desde los docentes, personal administrativo y directivos, hasta alumnos y alumnas, y egresados que ya están enfrentado los retos al exterior de las aulas.
Por último, alinear todas las acciones que emprendemos, todas las áreas, departamentos, puestos de trabajo, incluso espacios físicos, a la misión y generar los indicadores que nos permitan medir avances.
Es un “uff” que con gusto estamos reiniciando porque estamos conscientes de que una universidad debe actualizarse constantemente, especialmente cuando el mundo y su tecnología lo hacen tan vertiginosamente.