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    Categorías: Opinión

La guerra por la infancia y sus cinco batallas (4/5): mundos chatarra fuera de la realidad

Caperucita y el lobo: Jessie Williams Smith, Fotografía: Andrés Bucio. Fuente wikipedia

Jediismo es el credo asociado a la iglesia Jedi o religión Jedi, que es un nuevo movimiento religioso inspirado en los guiones de las películas de la Guerra de las Galaxias y se cuentan por cientos de miles alrededor de todo el mundo. Este es solo un ejemplo de lo que Michel Houellebecq describe en sus novelas como las nuevas condiciones culturales —o de vació cultural— para el surgimiento de nuevas sectas religiosas en el siglo XXI. No es mi propósito caracterizar estos movimientos, sino solo mencionarlos como un ejemplo de lo que yo creo que es una batalla a librar contra el excesivo tiempo que ocupan la mente de niños y jóvenes los nuevos «mundos chatarra fuera de la realidad».

No estoy en contra de las religiones ni de las filosofías espirituales, pero sí creo que deben ser motivo de preocupación las recientes «ideologías chatarra nacidas en el mundo digital» que se hacen pasar por religiones. Y quiero explicar el término «chatarra». Todas las grandes religiones antiguas se las arreglan para ofrecernos una visión más o menos contrapuesta entre las fuerzas rivales que ya conocemos: el bien y el mal, el yin y el yang, etc.

Alrededor de esa oposición, las tradiciones religiosas generan cada una sus propios mitos religiosos (Caín y Abel bíblicos, los Puranas hinduistas, los diez reinos espirituales budistas, etc.). Eso no es lo mismo que las ideologías —típicamente con una agenda política y completamente dependientes de las redes sociales— que solo nos cuentan un lado de la historia, la que más se les antoja a sus dirigentes o “sacerdotes”, para enajenar a la gente, con frecuencia aquellos que no tienen herramientas psicológicas para defenderse: aquellos niños y los jóvenes, o aquellos adultos con una mentalidad parecida a la de ellos.

Conviene de inmediato, pintar una gruesa raya: no se puede estar en contra de la fantasía, como característica antropológica a las tradiciones orales, pero si se puede estar en contra de la estupidez. Bruno Bettelheim comienza su obra —hoy clásica— Psicoanálisis de los Cuentos de Hadas (y que te invito lector a empezar a leer hoy) haciendo una comparación entre la llamada «literatura infantil y juvenil» y los cuentos de hadas y la tradición centenaria oral de la que provienen.

La introducción a dicha obra es tan densamente rica y elocuente que es difícil seleccionar algunos párrafos representativos que sinteticen el contenido, seguramente mi selección no es la mejor, , pero quizás así se cumple mejor su objetivo, que es motivar a más personas a leerlo:

«Actualmente —como en otros tiempos— la tarea más importante, y al mismo tiempo la más difícil, en la educación de un niño, es la de ayudarle a encontrar un sentido en la vida. Se necesitan numerosas experiencias durante el crecimiento para alcanzar este sentido […]

» El niño necesita que se le dé la oportunidad edad de comprenderse a sí mismo en este mundo complejo con el que tiene que aprender a enfrentarse, precisamente porque su vida a menudo le desconcierta. Para poder hacer eso, debemos ayudar al niño a que extraiga un sentido coherente del tumulto de sus sentimientos. […]

» Necesita ideas de cómo poner en orden su casa interior y sobre esta base poder establecer un orden en su vida en general. Necesita una educación moral que le transmita sutilmente las ventajas de una conducta moral no a través de conceptos éticos abstractos sino mediante lo que parece tangiblemente correcto y por ello lleno de significado para el niño. El niño encuentra este tipo de significado a través de los cuentos de hadas […]

» En toda la literatura infantil con raras excepciones no hay nada que enriquezca y satisfaga tanto al niño y al adulto como los cuentos populares de hadas.

» Los cuentos de hadas enseñan bien poco sobre las condiciones específicas de la vida. En la moderna sociedad de masas estos relatos fueron creados mucho antes de que está empezara existir, sin embargo, de ellos se puede aprender mucho más sobre los problemas internos de los seres humanos y sobre las soluciones correctas a sus dificultades y cualquier sociedad, que a partir de otro tipo de historias al alcance de la comprensión del niño.

» Los primeros relatos a partir de los cuales el niño aprende a leer en la escuela están diseñados para enseñar las reglas necesarias sin tener en cuenta para nada el significado.

» El volumen abrumador de la llamada «literatura infantil» intenta o entretener o informar, o incluso ambas cosas, a la vez, pero la mayoría de estos libros es tan superficial en sustancia que se puede obtener muy poco sentido a partir de ellos.

» La adquisición de reglas incluyendo la habilidad en la lectura pierde su valor cuando lo que se ha aprendido a leer no añade nada importante a la vida de uno.

» En mi experiencia, los niños —tanto normales como anormales, y a cualquier nivel de inteligencia— encuentran más satisfacción en los cuentos de hadas que en otras historias infantiles […]

» En mis esfuerzos por llegar a comprender por qué dichas historias tienen tanto éxito y enriquecen la vida interna del niño, me di cuenta de que estás en un sentido mucho más profundo que cualquier otro material de lectura empiezan precisamente ahí donde se encuentra el niño en su ser psicológico y emocional. Hablan de los fuertes impulsos internos de un modo que el niño puede comprender inconscientemente, y, sin quitar importancia a las graves luchas internas que comporta el crecimiento, ofrecen ejemplos de soluciones temporales y permanentes a las dificultades apremiantes. […]

» La idea de que el aprender a leer puede facilitar el enriquecimiento de la propia vida se experimenta como una promesa vacía si las historias que el niño escucha o Lee En este preciso momento son superficiales. […]

» Lo peor de tus libros infantiles es que estafan al niño lo que esté debería obtener de la experiencia de la literatura el acceso a un sentido más profundo Y a lo que está lleno de significado para el en su estadio de desarrollo. […]

» Para que una historia mantenga de verdad la atención del niño a de divertirse y excitar su curiosidad pero para enriquecer su vida ha de estimular su imaginación ayudarle a desarrollar su intelecto y a clarificar sus emociones ha de estar de acuerdo con sus ansiedades y aspiraciones hacerle reconocer plenamente sus dificultades al mismo tiempo que le sugiere soluciones a los problemas que le inquieta. Debe de estar relacionada con todos los aspectos de su personalidad al mismo tiempo y esto dando pleno crédito a la seriedad de sus conflictos, conflictos del niño sin disminuirlos en absoluto, y estimulando simultáneamente su confianza en sí mismo y en su futuro». […]

En uno de sus artículos periodísticos firmado en los años 60s, Mario Vargas Llosa dice, que, en Hispanoamérica, la literatura rebelde en sociedades en donde predominan las ideologías socialistas y de justicia, se manifiesta a través de la literatura fantástica: es decir, muchos de los autores argentinos como Borges, Cortázar, Bioy Casares, pero también mexicanos como Carlos Fuentes, o en cierta medida los realistas mágicos como García Márquez, por dar algunos ejemplos. ¿Y qué bien no? Pero si hay algo importante qué añadir.

Dado que se aprende a escribir leyendo, y se aprende a a pensar escribiendo, uno de los muchos problemas de pasar los mejores años de tu juventud leyendo demasiados textos sobre cosas inverosímiles y falsarias de literatura «fantástica», terrorífica o de «realidades alternas» (no confundir con la buena literatura de ciencia ficción), es que después ya no te gusta la realidad.

Autores como Borges, Cortázar, Lovecraft, Tolkien, e imitadores, más la numerosa recua de escritores posmodernos presentes en las librerías, al estilo Jorge Carrión, Mario Bellatín o Andrés Nueman, —cuyas novelas son protagonizadas por hombres embarazados y estupideces por el estilo—, hacen que después ya no quieras leer otras cosas (o quieras seguir leyendo más de esas mismas estupideces).

La literatura fantasiosa, de terror y posmoderna tiende a ser muy innoble, muy celosa, posesiva y carcelaria con sus lectores: una vez que los lees, psicológicamente te confiscan el deseo por leer otras cosas.

Te confiscan, por ejemplo, el gusto por la literatura realista que es menos deshumanizante, menos engatusante, te ofrece ángulos interesantes sobre la vida y el alma humana, y no tiene como objetivo el formatear tu mente, para después introducir en ella monstruos, locuras alternas y perversidades demoniacas (Guillermo del Toro, te hablan) y de otro tipo.

Tanta literatura fantástica en la adolescencia y la juventud (resultado del hambre y vacío que ha dejado el boicoteo de muchos padres ignorantes hacia los cuentos clásicos de hadas, esenciales en el desarrollo psicológico del niño) hace que, en lugar de vivir la vida, mejor infestes tu piel con tatuajes anodinos, que al rato ya no te gustan, y lleves piercings que te hacen ver como un animal de tiro domesticado. Y en lo que a literatura se refiere, demasiadas novelas fantásticas y de terror, hacen que ya no te atraiga leer —pensando en varios autores al azar— ni el realismo fantástico de Gabriel García Márquez, o su precursor Juan Rulfo, ni el realismo contemporáneo de Martín Luis Guzmán, William Faulkner, Jorge Ibargüengoitia, Agustín Yáñez, o Julio Ramón Ribeyro, mucho menos tal vez te interesará el realismo clásico de Tolstoi, Cervantes, Pushkin, Stendhal, Flaubert, Thomas Hardy, Balzac o Víctor Hugo.

Interesarte expansivamente por todo aquello que ocurre en el ancho mundo —personas, lugares, acontecimientos pasados y presentes — encontrar intereses genuinamente tuyos, por todo aquello que en su grandeza, o en su drama, sea capaz de llamar tu atención y liberarte de tu marasmo personal, de tu ensimismamiento, de tu culto a la comodidad, de tu necesidad de recurrir a diversiones y entretenimientos más o menos viles, todos esos intereses expansivos que puedas tú cultivar, son en general buenos para tu salud mental y hasta física.

El problema de abusar de la lectura de autores como Borges, Cortázar, Lovecraft, Bram Stroker, Ambrose Bierce, el autor de «Juego de Tronos» y todos sus imitadores (los Borgesitos, los Cortazarcitos, los Strokercitos) el adorado Guillermo del Toro y su galería  de monstruos, —el problema con todos ellos decía— es que establecen un cerco monopólico en tu mente, como si le trepanaran a uno el cráneo, drenaran todo cuanto hay en él, para después sustituir el contenido con sus artilugios, sus muonstruos, sus engendros contra natura y sus personajes psíquicamente arruinados. Típicamente, esto lo hacen por muchos años— y en el caso de cada vez más personas, según he podido observar, por el resto de su vida.

Otros autores que compiten en sordidez y perversidad —por el nicho de mercado infantil al que atienden— son el tal señor Toño Malpica (mexicano) y el tal señor Oliver Jeffers (irlandés), autores —supongo que feministas o diversos— que de manera subliminal introducen imágenes demoniacas o sexualmente desorientadoras en sus libros, produciendo quién-sabe-qué tipo de efectos psicológicos en niños pequeños, (¿y los editores? bien, gracias, son los que dan la orden) vendiendo a los inatentos padres de familia cientos de miles de libros cada año, en ferias de libro y librerías. Una auténtica tragedia contemporánea. ¿Puede alguien llamar a la policía? —no señor, no es para tanto.

andresbucio.com
andresbucio@protonmail.com

 

*La opinión del autor es personal y no necesariamente representa la de este medio.

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Andrés Bucio: Filósofo de la ciencia, la tecnología, la energía y la naturaleza. Dr. en Ciencias Ambientales (PhD, Economía ambiental y para la sostenibilidad) por la Universidad de East Anglia (UEA) Reino Unido.

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