Sabemos que el cambio es una de las grandes constantes en la vida, sin embargo, no fue hasta el año 2020 que, a consecuencia de la pandemia por COVID-19, pudimos ser testigos de una transformación aún más grande y notoria que impactó la realidad de todos. La manera de interactuar, de compartir, de comunicarnos dio un giro de 180 grados que nadie imaginó hasta ese momento.
Los modelos de negocios tuvieron que ajustarse para volverse más eficientes ante las crisis, se adoptaron nuevas modalidades de trabajo y de estudio con las cuales fuera posible obtener los mismos resultados que de manera presencial, incluso las actividades cotidianas se tuvieron que alterar para alcanzar el balance tan, yo diría, esperado.
Pero, para que todo cambio pueda mantenerse, no se debe olvidar la importancia de implementar acciones realmente trascendentes que ayuden a superar las expectativas de cualquier reto y es aquí donde me parece que se traza la línea diferenciadora para la labor docente en la actualidad.
Considero que ya no basta con impartir clases siguiendo las estructuras tradicionales, ahora debemos buscar los medios que nos permitan acortar la brecha, por tantos años impuesta, entre profesor-alumno, pues como docentes también es crucial recordar que seguimos en el camino del aprendizaje y que éste se debe continuar moldeando con el paso de los años, la llegada de nuevas generaciones y la evolución de nuestro entorno.
En el presente, debemos enfocar nuestra mirada en entender la clase de estudiantes con la que vamos a relacionarnos, pues en esa medida construiremos contenido que en verdad capture el interés de los oyentes. En otras palabras, hay que centrar nuestros esfuerzos en la dinámica de clase, la cual empieza con la didáctica de clase, misma que se da cuando tú entiendes a quién te vas a dirigir.
Ahora bien, ¿cuáles son las cualidades que deben permear al que yo llamo “el nuevo perfil del docente”? A mi parecer son cinco las principales: la primera se ciñe a la trayectoria adquirida al desarrollarse laboralmente en el área que imparte, la segunda es ser un buen transmisor de conocimiento a través de los cinco sentidos, es decir, generar clases estimulantes e interactivas para crear experiencias memorables.
La tercera es contar con una mente creativa, cuyo bagaje cultural sea muy amplio, para dar respuesta a cualquier pregunta mediante actividades, metodologías y ejemplos innovadores que tengan como base el contexto actual. La cuarta, tener liderazgo transformacional enfocado en ayudar a que el alumno comprenda verdaderamente la vida para que sepa cómo pondrá en práctica lo aprendido.
La quinta y última, por supuesto, sería la paciencia, pues ella será el instrumento para hacer y lograr frente a las múltiples personalidades con las que tenemos contacto diariamente dentro de las aulas.
Por todo lo anterior, la capacitación constantemente a nuestra comunidad docente es la clave para entender que no solamente somos fuente de saber, sino que también somos un modelo a seguir para las jóvenes generaciones.
En resumen, así como fijamos determinados objetivos al inicio de clases para forjar a los futuros líderes del mañana, sin duda debemos plantearnos nuevas metas como profesionales de la educación.