En las últimas dos semanas tuve la oportunidad de visitar tres exposiciones de arte con temática LGBTI+ que se están exhibiendo aquí en la CDMX. Me refiero concretamente a la exhibición Imaginaciones Radicales que nos ofrece el Museo de Arte Moderno, a la exposición fotográfica Positivo-Negativo que curó para el Centro de la Imagen el historiador del arte César Jerónimo González y, finalmente, la muestra visual Más Allá de las palabras: corporalidades, ficciones, visualidades que puede visitarse en la Casa de la Primera Imprenta, actualmente parte de la Universidad Autónoma Metropolitana.
La primera de estas exhibiciones reúne una colección de piezas que nos ofrecen una panorámica del arte que ha sido elaborado por personas de las diversidades sexo-genéricas; como era de esperarse, estas obras nos permiten reconocer la forma en la cual las artes visuales, la escultura o el performance han fungido como medios para comunicar contra-narrativas que muestren los sesgos y los prejuicios que históricamente han llevado a la deshumanización de las poblaciones LGBTI+. Hay en esta colección obras de Fabián Chairez, del Archivo Memoria Trans México, de Nahúm Zenil, de Nina Hoechtl, de Lía García y de muchas otras personas, algunas de ellas muy queridas, que han dedicado su vida a elaborar relatos y obras que testimonien la enorme variedad de experiencias que confluyen en lo que ahora conocemos como poblaciones de las diversidades sexo-genéricas.
En el caso de Positivo-Negativo lo que tenemos es un testimonio de la memoria visual de la lucha contra el VIH y el SIDA en las décadas de 1980 y 1990 en nuestro país. Esta exhibición es poderosa y nos ofrece una colección de fotografías y documentos que retrataron en su momento el profundo dolor que causó esta epidemia —y que todavía no hemos logrado desterrar de la faz de nuestro planeta— pero también las muy diversas maneras en las que se buscó crear conciencia en torno a este problema y el costo social que tuvo en términos de vidas. Sin duda un ejemplo más de la calidad curatorial de César González.
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Finalmente, la muestra visual que está actualmente en la Casa de la Primera Imprenta representa un hito en el arte mexicano pues reúne los trabajos de diez personas trans y no binaries. Hasta donde sé, es la primera vez que en nuestro país se lleva a cabo una exposición centrada únicamente en las propuestas creativas de personas trans y NB. Es sin duda la ruptura de un techo de cristal en lo que al arte mexicano se refiere. Ahora bien, más allá del hito, lo que nos encontramos en esta exposición es un ejercicio de construcción de otros relatos en torno a lo trans, relatos nacidos del arte, la resistencia y la imaginación política. Lo que se busca es, en cualquier caso, dejar atrás las narrativas patologizadoras que hasta ahora han dominado el discurso en torno a la vivencia trans.
Dicho esto, más allá de recomendar ampliamente a quien lea esta columna el que visite estas tres exposiciones, lo que quisiera es destacar el papel que hoy juegan los espacios culturales —y, dentro de éstos, las universidades— como promotores tanto de una cultura de igualdad, respeto e inclusión, como también de una apuesta por humanizar a sectores históricamente marginalizados empleando en ello los recursos expresivos de las bellas artes.
Esto es particularmente claro en al menos tres aspectos. Primero, el arte humaniza al mostrarnos los dolores, las furias, las angustias y los anhelos de personas a las que usualmente se les piensa a través de estereotipos deshumanizantes. Segundo, el arte nos permite ver la faceta más creativa de un sujeto que puede pensar, hablar y reflexionar sobre sí mismo, dejando de lado la falsa concepción de que estamos ante un sujeto fallido, patológico y lastimero. Tercero, el arte nos permite construir una memoria colectiva de los enormes costos que acarrea la discriminación. Nos permite de igual manera tomar conciencia como sociedad de los errores cometidos y de la necesidad de repararlos para crear futuros más incluyentes y justos.
Es de destacarse que los museos y demás espacios culturales son también espacios formativos que nos ofrecen una pedagogía de la empatía y de la humanización que nos permite comprender mejor a nuestras alteridades y, con ello, aprender a convivir en diferencia. Son así espacios de enseñanza más allá de los salones. En ello, claro está, las universidades juegan un papel importante como lo ilustra el caso de la Universidad Autónoma Metropolitana que, en colaboración con Maai Ortíz y Somos Voces, impulsó no solamente la muestra visual ya mencionada sino un ciclo de conferencias en paralelo que busca consolidar una cultura de respeto, integración y derechos humanos al interior de una de las universidades públicas más importantes de nuestro país. Enhorabuena por ello.