El pasado 27 de julio nos despertamos con la noticia de que James Lovelock, padre de la famosa hipótesis de Gaia, había muerto. Si bien Lovelock tuvo una muy larga y prolífica vida, sin duda que aún así lo echaremos de menos especialmente en estos tiempos en los cuales la crisis climática se va volviendo más cotidiana. Para muestra de esto último pensemos simplemente en cómo los desastres naturales han ido aumentando en intensidad, lo que quizás ilustra el porqué hoy se dice que el calificativo de “naturales” es parcialmente inadecuado. ¡Qué decir también de las sequías e incendios que no sólo afectan a nuestro país sino al mundo entero!
Lovelock se hizo famoso en parte por haber sugerido algo que en su momento parecía impensable. La famosa hipótesis de Gaia sostiene que la Tierra debe ser concebida como un sistema en el cual los seres vivos son algo más que pasajeros sin agencia. Influenciado por los desarrollos en la cibernética, Lovelock se atrevió a sugerir que los propios organismos son capaces de contribuir a estabilizar –y desde luego desestabilizar– las dinámicas climáticas del planeta. Cabe señalar que en un comienzo una parte de la comunidad científica recibió esta hipótesis con cierta incredulidad pero gracias al auge de las estrategias de modelización matemática Lovelock fue capaz de mostrar el modo en el cual la vegetación del planeta podía afectar diversos factores tales como el albedo y eventualmente innumerables otros factores como las tasas mismas de evaporación en una cierta región.
En ese sentido, Lovelock no solamente es el padre de una buena parte del ecologismo sino de las apuestas inter y transdisciplinarias que hoy se han vuelto moneda corriente en los estudios medioambientales. A diferencia de lo que ocurría hace medio siglo, en la actualidad a nadie le resultaría creíble que podemos estudiar al sistema Tierra sin atender a las muy complejas interacciones entre la fauna, la flora, la atmósfera, los ciclos biogeoquímicos o los procesos de generación de suelos o de intemperismo y erosión.
Lovelock es así, junto con otras importantes figuras como Rachel Carson, uno de los grandes arquitectos tanto del pensamiento ambiental y del activismo que lo acompaña, por un lado, como de enfoques científicos que combinan trabajo de campo, modelización matemática y aproximaciones experimentales para comprender cómo opera el clima en nuestro planeta y en qué forma lo estamos modificando.
Hay que decir que el impacto de esta transformación se ha hecho presente en los espacios educativos, sobre todo en las instituciones de educación superior que también realizan investigación. En nuestro país, por ejemplo, la Universidad Nacional Autónoma de México recientemente inauguró dos espacios cuya vocación está íntimamente vinculada con las ciencias ambientales. Me refiero en primer lugar a la Escuela Nacional de Ciencias de la Tierra la cual está siendo “estrenada” este año por estudiantes de la carrera homónima. Esta escuela ejemplifica claramente la importancia de crear profesionales enfocados en desarrollar estrategias de mitigación y adaptación ante el cambio climático para también de implementar mecanismos para reducir el impacto de las actividades humanas sobre el grueso de los ecosistemas.
En segundo lugar, también este año se inauguró el Pabellón Nacional de la Biodiversidad el cual alberga una basta colecciones de animales, plantas y otros organismos que nos permiten tener una perspectiva acerca de la gran diversidad de especies que hoy habitan en nuestro planeta. Este espacio está destinado al público general y en ese sentido ilustra la importancia de que los espacios educativos estén abiertos a todo tipo de audiencias pues la educación implica mucho más que formar estudiantes; las universidades tienen y siempre han tenido una vocación cívica de construcción de conciencia social, algo que este pabellón sin duda ejemplifica.
Así, estos esfuerzos nos sirven para enfatizar la importancia de la educación ambiental en un momento coyuntural como el que estamos viviendo y en el que desatender los desequilibrios que en el presente afectan a nuestro planeta podría traducirse en una situación solamente comparable con las peores distopías del cine. Como señalaba al comienzo de este texto, la crisis climática que nos afecta ya se materializa en nuestra cotidianidad dando lugar a formas de violencia lenta, para emplear este término del eco-crítico Kevin Nixon, que amplifican las vulnerabilidades de las poblaciones más marginalizadas. En nuestro continente muchos países centroamericanos son un triste ejemplo de a qué nos referimos.
Dicho esto, quisiera concluir señalando que es también una tarea de las universidades el participar en la creación de saberes enfocados en disminuir el daño que ya le hemos generado al planeta Tierra.
Por: Siobhan Guerrero Mc Manus