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    Categorías: Opinión

¿Confiarías en un hombre feminista?… yo tampoco (2/2)

Foto: Pexels

Hay dos tipos de hombres feministas el «hombre feminista de corazón» y el «hombre feminista ficticio». En ninguno de los dos confío. La semana pasada esbocé brevemente la premisa general que sustenta esta desconfianza. Expliqué con ejemplos que en una variedad de temas importantes (incluyendo algunos de seguridad nacional) hemos sustituido a las ciencias sociales y a las humanidades por los «estudios de género» y el «feminismo», que no constituyen una ciencia sino una ideología solipsista, reduccionista y frecuentemente sociopática. Y te preguntarás ¿y qué son y qué efecto producen las ideologías en la gente en general y en los hombres en particular?

Una ideología, a diferencia de otros sistemas de ideas, hace una selección caprichosa y frecuentemente «neurótica» (este es un término clínico) de aspectos sesgados de la realidad que interesan a cierto grupo de personas para después tratar de hacer de ello una agenda de acción política.

En cuanto al efecto que producen en la gente, hagamos algo divertido: imaginemos el caso hipotético de un liderzuelo radical y demente emperrado en organizar un movimiento social para acabar con «la opresión mundial ejercida por las mujeres» en su presunta «guerra contra los hombres y el planeta Tierra»

¿Y en qué consistiría semejante «guerra» según nuestro liderzuelo radical y demente? … «Muy fácil» -respondería él-, consistiría en «una destructiva guerra demográfica que desde el siglo XIX las mujeres han impunemente desatado contra los hombres, contra la humanidad y contra la Madre Tierra. Guerra en la que, históricamente las mujeres siempre se han puesto de acuerdo para tener todos los hijos que sean capaces de tener como conejos, con el propósito malicioso y deliberado de originar una explosión demográfica de dimensiones catastróficas que desestabilice a todos los gobiernos, a todas las economías organizadas por los hombres y a todos los ecosistemas del planeta.  Esta guerra sería urdida en secreto por el matriarcado mundial para acabar con todo y con todos inexorablemente. ¿Objetivo final? tomar control absoluto de un mundo hundido en el apocalipsis que ellas mismas han orquestado».

Surgirían entonces las protestas callejeras de los seguidores del liderzuelo radical y demente con carteles diciendo «¡Abajo el matriarcado y la guerra de las mujeres contra los hombres, contra la humanidad y contra la Madre Tierra…abajo!» etcétera.

Este es el tipo de cosas que hacen las ideologías más radicales; sus adherentes creen en ellas, no necesariamente por «tontos» o «locos», sino porque dan sentido a sus vidas, y por ese solo hecho, desean creer en ellas, en ausencia de otros sistemas de valores, típicamente los religiosos o incluso los patrióticos. ¿Cuáles son entonces los dos tipos de hombres feministas en los que no se puede confiar?

 

El «feminista ficticio»

En primer lugar está lo que podríamos llamar el «hombre feminista ficticio» aquel caballero que desde el interior de alguna institución, oficina promotora, empresa o club, abandera febrilmente las causas de las mujeres y del feminismo, pero que en su fuero interno sabe que lo hace para evitarse problemas, o bien porque ha descubierto las bondades, el aroma a éxito que hay detrás del declararse abiertamente «hombre feminista en resistencia»: ascensos laborales, segundos mandatos, beneficios económicos,  mercadotécnicos, ampliación de una base de clientes, de relaciones corporativas, de becas y oportunidades, etc.

Todo ello en el contexto y clima actual propiciado por algo que quizás no estaríamos muy errados en llamar «la industria del feminismo» que moviliza ríos de dinero vertical y horizontalmente desde fundaciones bien conocidas y que anuncian sin pena alguna en la red sus objetivos: World Economic Forum, Open Society Foundation, Chen-Zuckerberg Initiative, Bill and Melinda Gates Foundation, Rockefeller Foundation, Ford Foundation, Tides Foundation, por mencionar solo algunas.

Esto convierte a este tipo de hombre feminista en un personaje astuto, furtivo, oportunista, «lindo» para las mujeres, pero también -si las cosas son llevadas a un extremo- en un personaje ficticio, falaz incluso,  cuyo perfil psicológico y conducta delictiva en alguna instancia futura podría estar quizás tipificada en el código penal junto a palabras como fraude, engaño, abuso de confianza, corrupción de menores, estafa, etcétera. Gente en la que no, yo no confiaría.

 

El «feminista de corazón»

En segundo lugar tenemos al «feminista de corazón». Me adelanto a aclarar -haciendo justicia y concediendo el beneficio de la duda a muchos de ellos- que la mayoría de los hombres «feministas de corazón», lo son por razones sociales: porque no tienen de otra. El costo de no ser feministas sería el desmembramiento de la unidad familiar, la pérdida del empleo y la reputación, con todo lo que ello implica.

Suelen ser hombres socialmente colocados de alguna forma, de pelo blanco o encanecido, en un entorno familiar lleno de mujeres: hermanas, esposas y quizás varias hijas o nietas. Tienen estos hombres un hondo conflicto de interés con el feminismo: por un lado son hombres que desearían ser fieles a su condición juiciosa y viril de hombres creadores y custodios del orden social, de la cultura y la civilización, y por el otro, viven rodeados de mujeres que constantemente los someten al reproche y refunfuñan contra su modo de ver las cosas y su hombría.

En la circunstancia cultural actual en la que marejadas de corrupción y propaganda ideológica adinerada infiltran hasta la última neurona de las juventudes, de muchas mujeres y de la población que general -vía sus celulares-, ni modo que estos pobres hombres no se vean acorralados por la necesidad de convencerse a si mismos de que «apoyan a sus mujeres» y son por lo tanto «feministas de corazón». ¡Ay de ellos si no los son! Se trata, para decirlo en claro, de un hombre que vive en un permanente estado de ansiedad psicológica.

Recordemos aquí a aquella candidata presidencial panista invitando a sus votantes a persuadir a sus maridos de votar por ella mediante no otra cosa que la extorsión sexual (no dar «cuchi cuchi» eran sus palabras). Es decir, la mayor parte de los feministas de corazón son hombres que han sido sometidos socialmente a prácticas de «extorsión libidinal y de género» como forma de vida.

Hechas estas aclaraciones, los hombres «feministas de corazón», son aún menos confiables que los falsos feministas o feministas ficticios. Esto es porque además de incautos por dejarse acorralar, son  hombres que padecen de alguna debilidad de carácter o del intelecto al parecer. Una falta de origen en su noción práctica de la hombría que les impide tomar control sobre un entorno femenino al que siempre han estado sometidos.

Para añadir insultos a las lesiones, los «feministas del corazón» son aún menos confiables cuando tomamos en cuenta que suelen tener la antipática pretensión de querer hacer ver a todo aquel detractor o crítico científico del feminismo, como una persona inconsciente, no solidaria, ignorante, inmoral incluso, cuando es justamente la inmoralidad y la ignorancia revestida de virtud lo que ellos mismos practican.

El mundo anglófono cuenta desde hace varios años con un término muy bueno para denunciar la falsa moralidad y el falso virtuosismo que proyectan muchas personas, incluido el «feminista de corazón»: «virtue signalling» (ver tercera definición de la lista) término que podríamos inaugurar en español para aquellas personas que exhiben «falsas señas de virtud».

Concluyamos citando algunos estudios científicos que apuntan hacia una correlación comprometedora: tal parece que muchos de los hombres que tienen una visión más igualitaria hacia las mujeres y que se declaran públicamente como feministas, son también muchos de los hombres que más pornografía consumen. Que cada universitario juzgue el significado de tan enigmático y a la vez revelador hallazgo.

andresbucio.com
andresbucio@protonmail.com

 

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Andrés Bucio: Filósofo de la ciencia, la tecnología, la energía y la naturaleza. Dr. en Ciencias Ambientales (PhD, Economía ambiental y para la sostenibilidad) por la Universidad de East Anglia (UEA) Reino Unido.

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