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    Categorías: Opinión

¿Confiarías en un hombre feminista?… yo tampoco (1/2)

En mi ruta por la vida -y por los pasillos de las universidades– he notado que hay dos tipos de hombres feministas que es posible caracterizar con bastante precisión y hasta elegancia: el «hombre feminista de corazón» y el «hombre feminista ficticio». En ninguno de los dos confío. Y no soy el primero en tocar este tema por cierto. Me propongo –tomando resguardo en el Artículo 6 constitucional– dejar testimonio profesional de mis experiencias y razones para esta desconfianza, esperando sea de utilidad al joven universitario lector ¿y porque no? también a los hombres que se dicen ser feministas. Antes, será necesario explicar un poco la premisa general de la que parto.

Premisa general (o hipótesis de trabajo)

En los hechos y para una variedad de temas delicados, importantes, y hasta de seguridad nacional, las ciencias sociales y las humanidades han -lo que se dice fallecido- dentro de las universidades. Las hemos matado o dejado morir. En su lugar hemos colocado a los «estudios de género» y al «feminismo», que no constituyen una ciencia racional.

Sostengo que con esta sustitución de facto de las ciencias sociales y las humanidades por los «estudios de género», hemos eliminado nuestra posibilidad de diagnosticar y comprender la realidad de muchos problemas sociales bastante serios. Hemos también saboteado nuestra capacidad institucional para visualizar modos de intervención que sean verdaderos y eficaces (llevamos, por ejemplo, tres décadas «pensando» infructífera y torpemente en las «muertas de Juárez» ¿por qué?).

De manera que, con las universidades tomadas por los «estudios de género» como estrategia básica de análisis de la sociedad, resulta ahora que el país ya no padece una deuda externa, un Fobaproa, ni una banca extranjerizada y rapaz, ni un territorio nacional hipotecado, playas privatizadas, un sector energético permanentemente amenazado, resulta ahora que ya no padecemos de un campo y agricultura abandonados, ni de millones de campesinos expulsados forzados a emigrar, ni bajos niveles de escolaridad, desempleo. Resulta ahora que ya no padecemos de una corrosión superlativa de valores cívicos, culturales y familiares, alcoholismo y drogadicción, que en su conjunto sería el diagnóstico -hoy caduco- de las ciencias sociales.

Pero no, hoy ya no es así, el problema de México -según la «perspectiva de género»- se puede aterrizar (para usar el término favorito de muchas personas que no soportan pensar en realidades complejas) a que ahora vivimos en una sociedad machista, misógina, homofóbica, transfóbica, patriarcal, heteronormativa, binaria, violenta, en «guerra contra las mujeres» y todos aquellos que se les parezcan, o se auto-perciban como tales.

Este es el nuevo «diagnóstico» en el que nos tenemos que basar –académicos, funcionarios de gobierno, empresarios y medios de comunicación- para enfrentar la realidad social, cultural y política de nuestro país en 2022.

Y a ver a qué horas se nos antoja llamar a este «diagnóstico» por su verdadero nombre: un diagnóstico irresponsable, falaz, distractor y cómplice de agendas geopolíticas contrarias al interés, soberanía y bienestar de los mexicanos. Contrarias sobre todo al interés de las propias mujeres y de las minorías más vulnerables. Producto de una ideología solipsista, y frecuentemente sociopática en combinación con problemas culturales ajenos a México y que hemos imprudentemente importado desde otras naciones hoy decadentes y en declive.

También la economía -la ciencia social más famosa- está siendo engullida por los «estudios de género», mismos que promueven la «she economy» (Morgan & Stanley) y en donde las mujeres son representadas como «la salvación de la economía». Cierto es que la mujer toma alrededor del 80% de las decisiones de consumo, pero también es cierto que duplicar la demanda de empleo (por la entrada masiva de la mujer) sin también duplicar la oferta laboral, da lugar a que los salarios y el valor del trabajo se desplomen y se devaluen, haciendo muy felices a muchos empleadores que ahora podrán explotar más cómodamente y a sus anchas tanto a hombres como a mujeres. Y no solo explotarán más cómodamente sus jornadas de trabajo y su valioso tiempo, sino también sus bolsillos y su alma.

Esta «salvación de la economía por las mujeres» parece también nuestro ingreso al infierno de lo que Michael Sandel (profesor en Harvard) llamó hace años la «sociedad de mercado». Una sociedad en la que los criterios de los mercados liberalizados y el dinero penetran y corrompen hasta el tuétano, los lazos amorosos y filiales de la estructura familiar, convirtiendo las interacciones entre papá y mamá, hijos, hermanas y hermanos, en vulgares transacciones comerciales regidas por la oferta y la demanda. Una «sociedad de mercado» es también aquella que ha sido en su totalidad corrompida en aquellos cimientos humanos solidarios que Alexis de Tocqueville advirtió desde el siglo XIX como esenciales para la sobrevivencia de cualquier sistema político democrático y de auto-gobierno, sea este de izquierda o de derecha.

Los individuos que componen la «sociedad de mercado» están preferentemente sujetos a tácticas de aislamiento cotidianas y regulares. Lo mejor -por su seguridad- es que vivan voluntariamente despojados de su dignidad por sistemas de control tecnológico, policiaco y comercial todos los días. En una «sociedad de mercado» los individuos deben transladarse de A a B, con la cara adecuadamente cubierta, por su seguridad. Lo mejor es que estén confundidos en su identidad nacional, cultural y sexual y que esté perfectamente erradicada de su vocabulario la palabra «carácter».

No es correcto que en una «sociedad de mercado» el sentido de la vida no haya sido previamente confiscado y reemplazado por la ansiedad patológica de consumo material. Ansiedad desenfrenada de consumo que estará -desde estapas muy tempranas en la consolidación del sistema- correctamente «decodificada» y por fin -felizmente- «desbloqueada», por fin -felizmente- «liberalizada», por fin -felizmente- «abierta de par en par», para que los mercados ingresen al interior del individuo a hacer lo suyo, tomando sus almas como humo que se escapa, lucrando con la nada en la que los mercados todo lo convierten.

En una «sociedad de mercado» hombres y mujeres hacen realidad el nirvana de despolarización sexual y de igualdad sustantiva y de género, al punto de desaparecer fusionados, hermanados, convertidos en una sola sustancia meta-erótica. Los miembros de esta «sociedad de mercado» viven sin esa antigua, repugnante y obsoleta nostalgia humana hombre/mujer de amar y ser amados, la cual ha sido felizmente dinamitada hasta la demencia, incendiada para siempre entre los reflejos insomnes de la luz blanca emitida por los millones de pantallas instaladas bajo el generoso patrocinio de nuestros bien amados proveedores-conectores, de los cuales somes nosotres ahora alegres y agradecides esclaves. ¿Confiarías en un hombre feminista? Eso, lo tendremos que dejar en suspenso. Pero sólo por una semana.

andresbucio.com
andresbucio@protonmail.com

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Andrés Bucio: Filósofo de la ciencia, la tecnología, la energía y la naturaleza. Dr. en Ciencias Ambientales (PhD, Economía ambiental y para la sostenibilidad) por la Universidad de East Anglia (UEA) Reino Unido.

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