Ahora usted, he notado señor presidente, inicia su ceremonia del grito de independencia con un “…mexicanas… mexicanos…”, alternando luego los nombres de Hidalgo y Allende con los de Josefa Ortiz de Domínguez y Leona Vicario, en sustitución de independentistas otrora evocados como Javier Mina, Juan Aldama, Mariano Jiménez o Pedro Moreno. Todos ellos fusilados, sus cabezas decapitadas, clavadas en una pica, o colgadas en una jaula, según haya sido su suerte. Hombres que murieron (mejor venadeados a balazos que enfermos en sus lechos, dirán algunos)… pero en su mayoría intentando conquistar una identidad y territorio propios, sin los cuales, imposible es el escapar de la pobreza, según la entienden antropólogos como Oscar Lewis, señor presidente.
Lewis entendió la pobreza (tras cuarenta años de estudiarla en México) como ese sentimiento que experimentan los seres humanos (tanto ricos como pobres) de no tener un poco de control sobre las circunstancias que le permiten a uno formarse un destino propio. De ahí la importancia de los héroes patrios, de la violencia con la que murieron, sin ellos no podría haber prosperidad.
Imagino que hay personas que creen que Doña Josefa y Doña Leona no cabrían dentro de si de lo complacidas al enterarse de que hombres fusilados y decapitados, hoy les ceden caballerosamente su lugar en las glorias conmemorativas públicas y en el imaginario colectivo patrio ( “…ni lo mencione, pase Doña Leona, tome usted mi lugar…el honor es mío…”). Imagino que hay mujeres que ven este trato especial que usted tiene hacia ellas, por el solo hecho de ser mujeres, con supremo beneplácito, señor presidente.
Han de pensar que, históricamente, era lo menos que se podía esperar, dado el acto heroico que significa para toda mujer el solo hecho de embarazarse y dar a luz (más aún en aquel siglo XIX sin medicina moderna y con tantos hijos). Nada más natural en ellas ¿no cree usted? Como el agua, en general no tienen, ni conviene a nadie que tengan, forma definida que no sea la de aquello que las contiene: una bahía, un cántaro, una casa, un centro comercial, una camioneta, una tarjeta de crédito, una oficina de gobierno o partido, un país. Hay gordas en política, señor presidente, y por una buena razón.
Pero nos preocuparía, no el espacio físico ocupado, sino el mental. Sobre todo, aquel espacio en la mente de muchos hombres bienintencionados (de los que el infierno está lleno, dicen) que actúan como si quisieran abolir la naturaleza humana misma y nuestra biología: hacen su propósito de vida de eso mismo ¿cómo ve usted señor presidente?. El peor enemigo de estos hombres ya no es ni siquiera la iglesia como antaño, sino su libro de ciencias naturales de cuarto de primaria ¿es curioso no?
Camino hacia abajo, fracasada trinchera, aún antes de iniciada siquiera, la guerra (…contra sí mismos). No prestan atención a Don Lázaro, señor presidente, cuando dice: “se debe amanecer con el sol que está naciendo”… mejor echan pestes contra el astro rey que es su máxima corona y ven en la consagración de la primavera, la peor de sus pesadillas. Así, de veras que no hay manera.
Imagino que hay quien piensa que el feminismo antipatriarcal, la patria y el patriotismo, son cosas perfectamente compatibles, señor presidente. Imagino que, en una de estas, ve en sí mismo (con toda la inmortalidad que se merece) a un caballero águila o Ehécatl, en vuelo nocturno desde el inframundo, repleto de hombría justiciera, apapachado por cuanta gorda, imperturbable en su decisión de no achicarse frente cuanto intento haya por matizar su aparentemente ya definitiva versión de patriotismo con equidad de género: dar más a las que menos tienen. ¿Más reflectores y más leyes venenosas?… ¿más valor del que ya tienen? ¡No juegue usted así señor presidente! Se puede bajar la natalidad sin corromper y destruir al ser humano ¿no lo cree así?
La patria de la mujer (dicho y documentado por ellas mismas) es su macho, señor presidente. El macho de su elección. Desde la legendaria Pepita de la Peña y su mariscal francés, hasta aquella abrumadora mayoría de universitarias que el gobierno mexicano todos los años beca para estudiar en el extranjero y ya no regresan (más que para llevar a su alemán, o a su australiano, a comer con su mamá, señor presidente).
Se quedan en su patria verdadera que es el hombre por ellas elegido. Y es que, cada mujer es un país con un solo habitante, por así decirlo, ¿a poco no, señor presidente?. Si un hombre sin patria es un hombre política y territorialmente anulado, a lo mejor una mujer sin hombre es como una mujer sin patria, y las más de las veces, sin brújula. Y así está bien señor presidente: la mujer antipatriarcal puede ser toda una patriota como usted dice, en el entendido de que una cosa es una cosa y otra cosa es otra ¿no lo cree así señor presidente?
andresbucio.com
andresbucio@protonmail.com