Cómo es ser la primera cirujana graduada en Gaza en medio de la guerra
En agosto de 2023, Sara Al-Saqqa se convirtió en la primera cirujana graduada en Gaza y consiguió trabajo en el hospital Al-Shifa. Ocho semanas más tarde, estalló la guerra entre Hamás e Israel
SARA AL-SAQQACuando Sara al Saqqa, de 31 años, se graduó en agosto, hizo historia al convertirse en la primera cirujana graduada en Gaza.
“Tenía muchas ambiciones e ideas sobre cómo mejorar la asistencia sanitaria”, afirma. Esperaba poder algún día abrir su propia clínica.
Pero ocho semanas después, todo empezó a reducirse a una sola cosa: a la esperanza de que su familia sobreviva a los ataques de Israel. “Las prioridades de todos han cambiado y ahora sólo pensamos en seguir con vida”.
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Sara trabajó en el hospital más grande de Gaza, Al Shifa, en el norte de la Franja, desde que se graduó.
El 7 de octubre tuvo el día libre y recuerda que ver cómo su hermana menor, de 17 años, se preparaba para ir a la escuela. “Pero empezamos a escuchar bombardeos y no la dejamos ir”, dice.
Cuando Sara revisó su teléfono, vio la noticia de que Hamás había atacado a Israel. Hombres armados mataron a 1.200 personas y tomaron unos 240 como rehenes.
Desde entonces, los ataques aéreos y la invasión terrestre de Israel han reducido a escombros gran parte de Gaza y le ha costado la vida a más de 15.500 personas, según el Ministerio de Salud palestino.
Sara fue inmediatamente llamada a trabajar. Cuando llegó, vio “una masacre, con una avalancha de heridos”.
Desde el principio, el personal se vio abrumado por la gran cantidad de personas “con miembros amputados por metralla y diferentes tipos de lesiones provocadas por quemaduras intensas”.
Cuando Israel comenzó sus ataques aéreos, dijo a los habitantes de Gaza que evacuaran el norte y se trasladaran al sur, argumentando que allí estarían más seguros. Pero Sara decidió quedarse.
“Trabajamos sin descanso durante más de 34 días, sin ni siquiera volver a casa”, afirma.
Describe para la BBC cómo las condiciones empeoraron rápidamente: “Después de cada bombardeo, llegaban cientos de pacientes al mismo tiempo y era imposible atenderlos a todos”.
Muchos buscaron seguridad en los terrenos del hospital. La gente se amontonaba en todos los espacios disponibles, cocinaba pan en los pasillos, dormía en el suelo y en los armarios y trataba de distraer a sus hijos con juegos.
El hospital tenía dificultades para conseguir suministros básicos, como medicamentos y guantes esterilizados, y Sara tuvo que decidir a qué pacientes priorizar en función de sus posibilidades de supervivencia.
Indefensa
“Me sentí horrible. Estaba completamente indefensa”, dice. “Hice lo mejor que pude con lo poco que teníamos para tratar a los pacientes. Me destrozó no poder salvar tantas vidas inocentes”.
Sin embargo, hubo destellos de esperanza. Sara ayudó a en el parto de un bebé por primera vez después de que las madres y ella quedaras atrapadas una noche en el quirófano mientras las bombas caían afuera.
Sara intentó desesperadamente que un ginecólogo la ayudara, pero nadie apareció. A las 06:00 ya no podían esperar más. “Recé a nuestro Señor para que me ayudara y salvara tanto a la madre como a la niña”, dice.
La bebé salió con el cordón umbilical enrollado alrededor de su cuello, pero Sara logró quitárselo y dio a luz a la pequeña sana y salva. La agradecida madre le puso a su hija el nombre de Sara.
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Una de las cosas más difíciles para ella fue el corte de comunicaciones. Dejó de tener noticias para de su madre, sus cuatro hermanos y su abuela.
Cuando se cortaron las líneas telefónicas y las conexiones de Internet, se dirigían a Rafah, en el sur, y ella no sabía si estaban vivos o muertos: “No podía funcionar ni continuar, no podía hacer nada”. Estaba aterrorizada de que se encontraran en un lugar bombardeado.
“La peor etapa de mi vida”
A medida que el conflicto se intensificó y supo que su familia estaba a salvo, los desafíos de Sara se multiplicaron.
Los suministros de alimentos y agua se acabaron y “en la última semana no hubo electricidad… sobrevivimos con lo mínimo”. Algo tan pequeño como que le ofrecieran un trozo de pan se convertía en un momento de alegría.
Cuando se apagaron las luces, tuvo que recorrer los abarrotados pasillos a la luz de las antorchas y realizar la cirugía casi en la oscuridad con el sonido de las bombas a su alrededor.
“Describiría este período como la peor etapa de mi vida. Viví en el infierno”, dice.
A medida que las bombas se acercaban al hospital y quedaba claro que el ejército israelí pretendía asaltar el lugar, Sara temía morir si se quedaba, por lo que decidió evacuar y dirigirse a Rafah para estar con su familia, que ahora se refugiaba con su tío.
Sin embargo, no hizo sola el viaje hacia el sur. Caminó con sus colegas y con la madre y el bebé al que había ayudado a nacer.
Cuando el ejército israelí entró en el hospital, las autoridades de Israel lo describieron como una “operación selectiva contra Hamás” y argumentaron que habían encontrado allí un “centro de operaciones”, algo que Hamás negó.
Sin agua o comida
Al describir su vida y la marea de más de un millón de habitantes de Gaza desplazados, Sara dice: “No tenemos agua para beber ni comida que llevarnos a la boca. No tenemos un hogar. Hemos sido abandonados. Estamos sentados en las calles, escuelas, plazas. Ha llegado el invierno y no estamos preparados, no tenemos ropa, ni mantas ni nada”.
Ella todavía está tratando de utilizar su formación médica cuando puede. “Todos los días salimos y ayudamos en todo lo que podemos porque los refugios y las escuelas nos necesitan”.
A Sara le preocupa lo que le deparará el futuro a ella y a su familia.
“Se suponía que este año sería el último año de escuela de mi hermana antes de graduarse y comenzar su vida, pero ahora no tenemos idea de lo que sucederá”.
Al igual que otros habitantes de Gaza, sus esperanzas y sueños han sido aparcados para centrarse en sobrevivir.
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