Estudiante. Foto: Pexels
El 28 de febrero de 2020, la Secretaría de Salud confirmó el primer caso de COVID-19 en México. Cinco años después, los efectos de la crisis sanitaria en la educación persisten y plantean nuevos retos. La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) identificó que el cierre de escuelas en América Latina y el Caribe agudizó desigualdades ya existentes, marcó un retroceso en los niveles de aprendizaje, además de repercutir en la salud y el bienestar de estudiantes y profesores.
América Latina y el Caribe fue la segunda región con más semanas de suspensión de clases presenciales, sólo por detrás del Sur y Oeste de Asia, reveló el informe La urgencia de la recuperación educativa en América Latina y el Caribe elaborado por la UNESCO.
De enero de 2020 a mayo de 2021, México fue el país que más tiempo mantuvo las escuelas cerradas de todos los países de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE). Sumó más de 250 días, en comparación con el promedio de 100 días de entre las 30 naciones, de acuerdo con el estudio El estado de la educación global: 18 meses en pandemia.
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El confinamiento tuvo efectos en la salud y el bienestar de los estudiantes. El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) refirió afectaciones como depresión, irritabilidad, estrés, desesperación y pesimismo ante el futuro en su informe COVID-19 y educación en México: primeras aproximaciones de una desigualdad agudizada. El PNUD estima que la suspensión de clases presenciales afectó el desarrollo de habilidades socioemocionales, así como el aumento en la necesidad de apoyo emocional.
Noé González Nieto, profesor del Departamento de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) unidad Cuajimalpa, reconoce que “la pandemia visibilizó la importancia del bienestar como un pilar para una educación significativa”. El académico coordinó el libro Experiencias docentes en la UAM ante la pandemia del COVID-19, un compendio de aprendizajes de profesores de las cinco unidades de la universidad.
En el caso de las repercusiones a la salud mental, González identifica tres aspectos clave entre las experiencias docentes. El primero se refiere a una sensación de duelo entre estudiantes y profesores derivada de la pérdida de libertad de recreación, que se tradujo en una crisis de motivación, cuyos síntomas podrían ser cognitivos, conductuales y fisiológicos.
El segundo factor es la transformación de las actividades educativas. El académico reconoce que los estudiantes tuvieron que “convertirse en agentes mucho más protagónicos en su construcción de aprendizaje”. Por otro lado, los profesores se enfrentaron a cambios sustanciales en sus métodos de enseñanza, lo que evidenció una “gran asimetría en el uso de herramientas tecnológicas con una orientación didáctica”.
Reconoce que previo a la crisis sanitaria un tema abandonado ha sido el bienestar docente. González señala que durante el confinamiento, los profesores se sintieron profundamente abrumados por llevar a cabo las clases en línea. Sin embargo, considera que también tuvieron que ser resilientes para afrontar la situación.
En el tercer aspecto, destacó la visibilización de la importancia de la educación socioemocional. “Profesores como alumnos empezaron a brindar mayor atención a la educación socioemocional. Se dieron cuenta que en la educación no solamente era importante la construcción de un aprendizaje, sino también prestar atención al estado emocional, social, mental de las personas que formaban parte”, precisa.
Para Noé González, un avance en el tema de la salud mental y la educación radica en nombrar la situación. “Antes de la pandemia sabíamos que había un abordaje de la salud socioemocional, que era importante considerar el bienestar del alumnado y el profesorado. Sin embargo, no era un tema posicionado en educación”, enfatiza.
A partir de esa visibilización, el académico identifica tres logros clave. El primero es la creación de programas de atención de salud mental desde una perspectiva preventiva. El segundo tiene que ver con el aspecto normativo, pues considera que post pandemia dejó de ser un asunto “de un discurso y un programa” sino que las universidades lo incluyeron en sus reglamentos.
En febrero de 2021, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) creó el Comité Técnico para la Atención de la Salud Mental de la Comunidad, cuyo objetivo es “definir e impulsar políticas institucionales de prevención y atención a la comunidad universitaria en aspectos de la salud mental y la promoción del bienestar emocional”, de acuerdo con su reglamento interno.
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El tercer logro se refiere a que en la actualidad, no solo se busca atender la salud mental cuando se presenta ansiedad, estrés, sino que se procura el fomento al bienestar.
Ingrid Vargas, coordinadora de Investigación del Departamento de Psiquiatría y Salud Mental de la Facultad de Medicina de la UNAM, reconoce que existe un “gran reto” no sólo en modificar los contenidos de las materias, sino también en “las formas en las cuales nos aproximamos a los alumnos”.
Más allá de la salud mental, la Dra. Vargas aclara que desde la experiencia de la Facultad de Medicina identificaron que entre los grandes desafíos que enfrentan los estudiantes existen diferentes tipos de necesidades en el ámbito pedagógico, en orientación vocacional y el establecimiento de metas de vida. “Aunque ellos ponen el nombre de salud mental, no son del todo salud mental”, comenta.
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Para afrontar los retos que plantea la educación post pandemia, Noé González considera que la universidad debe apostar por convertirse en un “ecosistema de promoción del bienestar”, eso implicaría a todas las áreas, tanto administrativas, de docencia y de investigación.
El cambio de perspectiva iría acompañado, desde la perspectiva del académico, con acciones normativas en las instituciones educativas enfocadas a la promoción del bienestar. Asimismo, propone que dicho fomento también sea considerado dentro de la carga laboral del personal docente, es decir, como parte de las actividades que debe realizar en el desempeño de su cargo.
“Con estas acciones estamos redefiniendo el futuro de la universidad como una institución más humana, más empática y más vinculada con los temas sociales imperantes como la salud mental”, puntualiza.
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